5.9.06

La "furba" italiana

La otra anécdota es menos divertida, y lo siento... ahora que me voy de italia.
Hace apenas cuatro días, me fui con mi bici al supermercado a comprar tres cosas -las que caben en una bici-, para comer. El supermercado estaba ese día y a esa hora, especialmente concurrido.
Cuando cogí lo necesario, me puse en la cola. Delante de mí, había una pareja de mayores, con una compra normal, de casa, de esas que caben en un carrito. LLegó entonces una señora también mayor -la edad en cuanto a la astucia cuenta favorablemente- con tan solo un pastel en la mano, pidendo que la dejáramos pasar a ella, pues tenía prisa e iba a perder el autobús. Yo me encogí de hombros, y los otros la hicieron un sitio para pasar. En ese mismo momento, nos informó que había un pequeño problema: que su cuñado también venía con ella; y apareció el cuñado con la hija, que con espabilo se colocó delante de todos, sin apenas dejarnos parpadear. Entonces yo hablando en italiano garboso, dije que no me importaba que ella pasase, pero no el cuñado, que traía la compra en botellas para cinco o seis semanas de una familia sedienta - eso último claro, no lo dije. La señora, insistió diciendo que si no les dejábamos pasar, iban a perder el autobús. Yo estupefacta, intentaba comprender cómo iban a meter todas esas botellas en un autobus, y me volví a negar, alegando la razón suprema y más importante de todas, es decir que mi familia me esperaba. La señora furba -en italia significa más que astuta- volvió a la carga, respondiendo que probablemente, mi familia estaría en casa tranquila esperándome. Por lo visto sus razones eran más verdaderas que las mías. Como me volviera a negar, dijo entonces que si yo tenía tanta prisa, que pasase la primera, antes que la pobre pareja de viejos, que no se atrevían a contrariar a la señora, aún conociendo a la perfección el italiano. Entonces miré a los viejos, y dije que en realidad eran ellos los primeros, y que por tanto debían ser ellos, los que dijeran quien tenía que pasar y no una señora como ella que había llegado la última. La señora me miró enfurecida, preguntándome: ah, ahora entiendo ¿es extranjera?, ¡ya he entendido!, ho capito!. A lo que yo logré responder con mi aseveración coercitiva, largo tiempo ensayada, que qué significaba eso de que "entendía mi actitud porque yo era extranjera" y que "qué tenía que ver que fuera extranjera". Me cedieron el paso, todos, sin cruzar una palabra, con la cara atónita de quien escucha una sentencia inmerecida, sobretodo la cajera. La señora siguió repitiendo la dichosa frase, con la típica sorna italiana del sur; mientras yo, logré decirle a la furba, "que para los italianos, ella era una vergúenza". Fue cuando - y no se porqué pues había llegado muy lejos-, me entró un escalofrío tremendo en todo el cuerpo, y no paré de temblar hasta que salí hacia el aparcamiento, camino de mi bici, para meter las tres cosas que había comprado.

En italia, hay que aclarar, el "furbo" es bien visto por su astucia... y hay bastantes. Aquí, nadie se atreve a contradecir a otro que va en plan listillo: por lo general, los italianos son cobardes... y los españoles unos gallitos, aunque tengan razón.