Al terminar mi primer año del BUP, vi la oportunidad que ni pintada, de salir del colegio de monjas, en el que hasta entonces había estudiado... ultimamente, aparecen muchos fantasmas por aquí, y yo no les he convocado).
Pues bien, me fui a la secretaría a pedir mi expediente, ya que mis padres, como no querían que me fuera, no me facilitaron el trabajo. Sorprendentemente, me dieron los certificados que necesitaba, en contra de lo que yo esperaba. Vi el cielo en mis manos, que hasta entonces no lo había visto, y me dirigí muy alegre hacia la puerta de entrada, la principal (mi salida tenía que ser triunfal). Allí encontré a Sor Mª Luz, una de las monjas más ascetas de la institución, que me preguntó que hacía yo a esas horas por allí. Le mostré los papeles, con miedo aún de que me los confiscara. Me miró con cara compasiva (la que tenían los huevos que hacía ella en las comidas, pues era la cocinera), y me pidió que no me fuera. Dijo algo así como "Pero vamos, como te vas a ir... si tu, quizá podrías estar aquí entre nosotras, ser de las nuestras"... acerté a lanzar un gruñido, seguido de un movimiento negativo de cabeza. Le dije simplemente que me iba. Agarré los papeles, que ella aún sostenía, y después de despedirme educadamente, como me habían enseñado, me encaminé veloz hacia las escaleras (creo que las salté de tres en tres, casi me quedo sin piernas). Cogí veloz el camino hacia el centro de Plasencia, dando gracias, a no se quien, por el valor que había mostrado, pensando que de buena me escapaba... que al fin era libre, y que me esperaba el instituto. Creo que por un tiempo, a tenor de las nuevas experiencias de una niña de colegio de monjas, pude olvidar algunos de los fantasmas que me perseguían.
En lo que se refiere a la historia familiar, por lo visto, mi hermano, no se pudo escapar hasta mucho más tarde, algo que claro aceptaron mis padres porque no hubo más remedio.
(Soy la tercera, de la fila arriba, empezando por la izquierda, Sor Soledad en el centro, una de las que me enseñó cosas)
Pues bien, me fui a la secretaría a pedir mi expediente, ya que mis padres, como no querían que me fuera, no me facilitaron el trabajo. Sorprendentemente, me dieron los certificados que necesitaba, en contra de lo que yo esperaba. Vi el cielo en mis manos, que hasta entonces no lo había visto, y me dirigí muy alegre hacia la puerta de entrada, la principal (mi salida tenía que ser triunfal). Allí encontré a Sor Mª Luz, una de las monjas más ascetas de la institución, que me preguntó que hacía yo a esas horas por allí. Le mostré los papeles, con miedo aún de que me los confiscara. Me miró con cara compasiva (la que tenían los huevos que hacía ella en las comidas, pues era la cocinera), y me pidió que no me fuera. Dijo algo así como "Pero vamos, como te vas a ir... si tu, quizá podrías estar aquí entre nosotras, ser de las nuestras"... acerté a lanzar un gruñido, seguido de un movimiento negativo de cabeza. Le dije simplemente que me iba. Agarré los papeles, que ella aún sostenía, y después de despedirme educadamente, como me habían enseñado, me encaminé veloz hacia las escaleras (creo que las salté de tres en tres, casi me quedo sin piernas). Cogí veloz el camino hacia el centro de Plasencia, dando gracias, a no se quien, por el valor que había mostrado, pensando que de buena me escapaba... que al fin era libre, y que me esperaba el instituto. Creo que por un tiempo, a tenor de las nuevas experiencias de una niña de colegio de monjas, pude olvidar algunos de los fantasmas que me perseguían.
En lo que se refiere a la historia familiar, por lo visto, mi hermano, no se pudo escapar hasta mucho más tarde, algo que claro aceptaron mis padres porque no hubo más remedio.
(Soy la tercera, de la fila arriba, empezando por la izquierda, Sor Soledad en el centro, una de las que me enseñó cosas)
