18.1.06


COLECCIONISTAS DE CORAZONES



“Los coleccionistas de corazones son escasos y curiosamente dos de los más importantes existen en Europa y son cardiólogos”.



Así decía un artículo que leí a la edad de siete años en una consulta médica, acompañando a mi madre; y ella, después de decirle yo varias veces, que me aburría soberanamente, me envió hacia la enfermera, que desde la lejanía de su alta mesa, me guiñaba el ojo derecho con gran esfuerzo, a la vez que hacía una curiosa mueca. Me acerqué a aquella especie de elfo (pues en mis cuentos estos seres portaban un gorro similar al suyo, aunque ni mucho menos blanco, sino de colores, y adornado con inmensas flores), esperando cuanto menos, algún regalo o golosina. Lo único que acertó a ofrecerme, fue una vieja revista sobre coleccionistas de corazones, animándome a que dibujase en una hoja el corazón que más me gustase, con el convencimiento de que iba a ser una labor ardua, que me llevaría al menos el tiempo necesario para que mi madre entrase en la consulta y hablase de temas importantes con su médico. Yo no hice eso, me he acostumbrado a no hacer lo que indican las personas mayores. Había leído ya en El Principito que las personas mayores no entienden… y la experiencia me lo confirmó después. Me dediqué por tanto a aparentar interés por lo que leía, algo que a la cuarta línea, resultó ser cierto.
Aunque aquella revista era una de mis primeras lecturas difíciles, se volvió luego apasionada; no por las imágenes que acompañaban al texto, sino por lo que contaba. Me resultaba difícil de entender, porque en realidad yo era una niña que empezaba a aficionarse a la lectura. En cuanto a las fotos de la revista: me parecieron imposibles, excesivas.
Jamás entenderé la afición que tienen los mayores por los esquemas y datos; por ejemplo los centímetros, el perímetro, las funciones y efectos del uso defectuoso de lo que ellos llaman (según pude entender), órganos. Tampoco encontraba ninguna fascinación especial en observar trozos de carne, sangrientos, o venillas, de diversos grosores, que venían muy bien detalladas en las imágenes. Yo estaba acostumbrada a dibujar junto a mis amigas de colegio, grandes corazones, muy rojos y muy hermosos, con formas bien definidas. Los hacíamos entre bromas, y se los metíamos en los libros a los niños que nos gustaban.

En la quinta línea, el texto decía que un famoso cardiólogo se había aficionado a coleccionar corazones (no por su profesión, sino por razones humanitarias y emotivas, como fue el hecho de haber vivido la guerra civil española, y los odios encarnizados que surgieron de la contienda). Según decía el texto, eso le llevaría a rodearse de objetos que simbolizaran amor, fraternidad y bondad.
Esas frases me parecieron magníficas; sin embargo, además de no entender qué tenían que ver los corazones, no comprendía eso de la “guerra civil” o los “odios encarnizados”. Le pregunté al elfo del gorro blanco, que parecía ser muy mayor, y tener gran experiencia con los niños, pero no pudo ayudarme en mucho.
A veces los mayores no saben explicar sus propias cosas.
Yo nunca había oído a nadie hablar de aquella guerra civil, e imaginé que (tal y como explicaba el texto), debía ser algo muy doloroso.

Hay cosas, que no podemos comprender, aunque se dibujen o anoten todo tipo de detalles y cifras a su lado; para otras cosas, los mayores han decidido que somos torpes, así que no nos las explcan.
Años más tarde de la lectura de aquel texto (cuando ya leía muy rápido), supe que tampoco podría entender mucho respecto al odio, los corazones y el amor, pero como me gustó tanto la frase inicial de aquella revista: "los coleccionistas de corazones son escasos", la pronuncio en reuniones de personas sesudas y sensibles.
Nada de esto ha influido en mi profesión: yo, no soy cardióloga, soy socióloga: estudio los dolores de las personas y no me gustaría perder la mirada de El Principito.