29.10.06

Lombarda rosa o la ironía en la muerte

Ensimismada, apesadumbrada, asistía ese fatídico día al funeral: no podía soportar el dolor; apenas oía al cura... Tan solo prestaba atención, durante breves episodios de lucidez, que coincidían casi siempre cuando él alzaba la voz o pronunciaba el nombre de la muerta entre las otras palabras del sermón... El resto, se lo imaginaba ella.
A su lado, estaba sentada la tía Dolores, una especie de lombarda, con abrigo rosa chillón ribeteado en verde, que no dejó de proferir insultos y palabras obscenas: unas veces contra el que oficiaba, otras contra el resto de los vecinos o asistentes al funeral. Escupía con rabia comentarios que en absoluto correspondían con su rosácea apariencia.
Yo estaba desmayada, ahogada..., inflamada por el llanto y la baba, qu eempapaban el pañuelo y pausadamente mojaban, la pechera de mi camisa. Mi cara parecía un tomate sangrante, quemado, al que no se le puede sacar ya jugo, y ella seguía, continuaba hablando a solas, susurrando con sorna. Pensé que me aproximaba a la asfixia, al colapso..., no podía oír ese cansino rumor que contestaba o se mezclaba con el del oficiante; un rumor, que analizaba sin piedad, parándose en cada uno de los asistentes.

- Schusschisss schissschiss, ¡cállese, no hable tanto!, le dije ya harta, y como no callaba, luego la di un codazo.
- “Eso, hijopputa, sigue con el sermón, ¡que otra cosa no sabes hacer!… este ni jode ni deja joder… como el otro, como el gran pitufo que siempre viste de blanco. Sin duda ha pasado la muerta a mejor vida, ¡hijoputa!, ¿tu crees que ese sermón nos sirve de algo?”

Llegó un momento, quizá por persistencia, en que sentí aterradoramente apaciguante, aquella retahíla de inconexas frases. Le veía una lógica…, un sentido surrealista. Por otro lado empecé a reírme de la ocurrencia; resultaban verdaderamente cómicos, esos comentarios que se alejan de lo esperado, y mucho más para quien ha perdido a alguien muy cercano.
- “Esta muerta ¡ha trabajado como una cabrona!, más que Pepe el zapatero, aquel que zurcía aquellas cochinas calzas y remendaba los traseros de los más puercos... Sí, al pobre cabrón la guarra de su mujer (encima o debajo, ¿quien sabe?), le ponía más cuernos que los de un mihura encelaó.”
“¡Vaya muerta!… eso hijoputa, ve recogiendo, termina ya, ¡que nos vamos!, que tengo que hacer la cena, y preparar las cosas para mañana… ¡venga capullo!, que ya has cumplido. ¿No ves que no te van a dar ni pa vestir a aquel santo que tienes en cueros, a vista de toóh?… ¡Sí, en cueros!, como pidiendo un nuevo manto?”. “Y mira a la virgen, con cara jartible de arrastrar tanto oro y brillantes. ¿Oro?, ¡si eso no son más que asquerosas baratijas, de sabe Dios cuando!. No, calla, que la corona y el anillo son de aquella suscripción obligada, que nos hizo a toóh los vecinos estar a puchero por dos meses, o más , según el caso. ¡Qué vergüenza, gastarse tanto!, y luego en casa, sin comer”
Siguió así durante toda la misa, y llegó su voz a meterse en mi mente tanto, que al terminar, me pareció perder el habla, y la seguí, como quien sigue una voz que se te escapa.

Al salir de la Iglesia, cuando todos escaparon (tras los saludos), se lo dije a ella y a otros tantos, que nos reunimos en la puerta; pero la tía: impasible, cínica, convincente, me negó la mayor, y yo…, insistí, sin que ninguno me hiciera caso. Sería una alucinación auditiva, una enfermedad, de esas raras que tratan en consulta, esos médicos locos, un estado de schok o de dolor…,
- “Sería tal vez, la propia muerta, que te susurraba palabras desde el féretro (dijo la lombarda), porque en realidad el ataúd, también estaba a tú lado.”
Yo, evidente, ni loca lo imaginé, y volví a relatarlo, nadie más la había oído, y para eso de convencer, la “lombarda”, evidentemente valía, porque a mí me había despertado, y me había hecho sentir…, e indignarme contra algo que no fuera el repentino arrebato de la muerte, cosa que pensé imposible en aquel día, y con aquella muerte… el desencanto la verdad, a mí, se me había olvidado: para aguantar la muerte, basta reírse de la humanidad.