13.2.09

EL RECUERDO

Es probablemente en febrero (y especialmente al atardecer), cuando creo que la vida se me escapa. Siento una extraña sensación de inquietud, de temor, de angustia existencial.

Estos días que pasan, con sus minutos y sus horas, con sus segundos y sus momentos para cada cosa, son los días que definen la insensatez de la vida.
Mi angustia inquietante, se representa hoy, con la paradoja de la Olla muerta.

Yo tuve una olla, que me compró mi madre. La olla, la tenía desde el 11 de agosto de 1989 y desapareció casualmente tras la muerte de mi madre.
Era una olla eterna, no es que se esfumase sino que de repente cedió la carcasa de la tapadera. Se rajó como un rayo..., Quique la pegó, con nocturnidad... como suele hacer las cosas que premeditadamente decide tapar a mis ojos. Yo no lo noté hasta que el "superglú" cedió con el segundo cocido. Muchos días estuve yo decidiendo qué hacer. Separarme de la olla, era como renunciar a mi madre. Me empeñé en buscar la tapadera y no la encontré. Fui a buscar otra y me dijeron que ya no se hacía... pedí recambios... hice lo indecible por no perder de vista aquella olla. Si compraba otra marca, me daban dos ollas de regalo. Luego estaba la alemana, que era la mejor, pero cuyas piezas debían ser más difíciles de conseguir que la tapadera rota de la mía. ... Al fin renuncié y también renunciaron conmigo todos los vendedores intentaron venderme algo parecido a lo que yo tenía. No hay otra igual me dije y me compré una "Brà", augurando de antemano que no me iba a durar nada, y así fue: en el segundo puchero, la goma cedió. Busqué una allí, otra allá, otra acullá... y le compré una al "Salah", el de la tienda de "Tres-cien-tò" . Él me daba más garantías que las tiendas de menage toda la vida. Como ya he dicho, al segundo puchero, se montó una en la cocina que no olvidaré en mi vida. El perro se escondió acojonado en el rincón y yo alargué mi mano izquierda para apagar el fuego, convenciéndome a mí misma que la perdía. Afortunadamente no la perd. De todas formas el miedo, no se le ha quitado al perro del cuerpo.

Parece que en febrero sentimos el peso de las pérdidas más aún, sentimos que la angustia existencial se apodera de nuestra mente y que no la podemos esquivar.
La olla, la perdí definitivamente y sé que mi madre hizo la mejor elección del mundo... está claro que esa olla estaba predestinada a durarme toda la vida. Irremediablemente, aunque no sea en febrero, siempre que utilice la olla recordaré muchos otros sentimientos.